Mi amigo Walter y yo tuvimos sexo a los 17 y ahí mismo empezamos a separarnos, era la la víspera de un día de primavera, se había quedado a dormir en mi casa, para ir al pic-nic de primavera y “sin querer, nos nació este amor” lejos de tener al gordito que fuera a cambiarse los lentes, la situación se volvió bastante incomoda, estábamos cerca de terminar la secundaria y teníamos que cumplir con los mandatos sociales.
Ambos estudiamos. Ambos nos casamos, ambos nos separamos, yo después de darme cuenta que iba a ser gay cuando un médico me dijo “que iba a ser padre”.
La naturaleza se encargó de resolver eso con un legrado espontaneo de la que en ese momento era mi esposa. El divorcio sobrevino inmediato. Mi amigo sin embargo tuvo dos hijos – según cuenta por amor y por temor-. Yo me dediqué a frecuentar cuanto boliche bailable había y a recorrer el mundo con mi primera pareja gay.
El sin embargo vivía toda esta situación de “lo gay” puertas adentro y no frecuentaba el “ambiente”-palabra tan común en los ’80.
Ahora que el facebook te devuelve tu pasado intacto y en colores, me empiezo a acordar porque me alejé de la gente de Castelar y porque incluso se llegó a correr el “rumor” de que estaba muerto, cuando en realidad me encontraba estudiando fuera del país.
Con mi familia de corte más bien tradicional en los 80 se hacía inevitable un alejamiento, pero traté de que eso no me ocurriera con mis amigos, me parecía fácil integrarlos a mi vida actual. Por más que me esforcé para integrar a mis viejos amigos a mi nuevo mundo gay se hacía bastante difícil, ya que muchas de las cosas que para nosotros son naturales y comunes, resultaban algo incomprensible para ellos. Aunque mis intentos persistieron por largo tiempo, como una forma de valorar sus esfuerzos, me di cuenta que ese nivel de “tolerancia” o aceptación dependía exclusivamente de mantener todo “lo gay” oculto o como parte de una humorada.
Para la mayoría de las personas “normales”, la cultura gay está asociada a una serie de estereotipos de promiscuidad y excesos. Me gustaría decir que esta visión no es del todo exacta, pero desgraciadamente en muchos casos sí lo es. Por ende, la aceptación que uno puede gozar por parte de la sociedad, ha de mantenerse mientras nuestro estilo de vida sea de bajo perfil.
En este sentido a nivel social la homosexualidad no pasa de ser una “moda” o un estilo de vida, como ser vegetariano o practicar yoga. Cualquier asociación entre la sexualidad y el mundo gay es rápidamente rechazada o descartada por la gente, especialmente los hombres, que ven al amor gay como una aberración, algo antinatural y hasta como una amenaza a su propia masculinidad.
Por otro lado, las mujeres siempre se han mostrado más receptivas a aceptar la cultura homosexual y el tener un “mejor amigo gay”, es casi una necesidad u obligación para ellas en muchos sentidos. Eso les garantiza disponer del punto de vista masculino acerca la moda, la cultura y hasta de otros hombres, sin el temor a confundir la amistad con algo más.
El colmo de todo fue cuando una amiga me llamó la atención una vez que amorosamente yo le di un beso al que fuera mi pareja en un pub en la zona de Morón donde estábamos tomando una cerveza, porque estaba su sobrino de 11 años. Dicho sea de paso ese lugar no era apto para ir con un mocoso de esa edad, esta fue la gota que rebalsó el vaso y el final de mis intentos de integración. Con ella no nos volvimos a ver.
Como decía la abuela a veces es mejor no “juntar el ganado”.
Una vez me volví a reunir con Walter, nos encontramos bailando frenéticamente en Contramano, bailamos hasta que salió el sol y nos fuimos a desayunar, me quiso llevar a un “bulo” al que llamaba “el matadero” para recordar viejos tiempos y me contó que aunque seguía casado había desarrollado una agitada doble vida. Algo entre Walter y yo ya no nos hacía iguales, nos habíamos perdido.
Este fue el punto que me hizo patear el tablero y volver a dar las fichas, pues sabía que Castelar había quedado muy atrás en mi vida, estuve años sin ir ya que mis padres también fallecieron y solo lo hice para el funeral de uno de mis queridos tíos.
En virtud de todo esto, tal vez la única alternativa para lograr la aceptación es “heterosexualizar” lo más posible el mundo gay. Pero de todas formas, falta mucho para que podamos sentirnos cómodos al abrazarnos o besarnos en público, gracias al discurso de siempre “¡cómo se lo explico a mi hijo!”.
En virtud de lo mismo y de no querer terminar ‘heterosexualizado” como Walter preferí conocer gentes nuevas, pasaron muchos seres mezquinos y gloriosos por mi cama y por mi mesa.
Solo algunas pocas personas han pasado el test del beso público con mi pareja sin tener alguna incomodidad. ¿Me gustaría ser como Walter que vive una doblevida marcada por el temor? NO.
Ser víctima de la homofobia es una experiencia desagradable para cualquiera que la haya vivido, pero escuchar discursos similares de labios de tus amistades es algo mucho peor.
Por eso surge esta interrogante ¿Vale la pena arriesgarse a eso, por mantener una relación unidireccional con otras personas? La respuesta a éste asunto todavía se me escapa, pero considero que cada uno debe evaluar el tema de acuerdo a su propia realidad.
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