[avatar user="AleK" align="right" link="http://www.dambiente.com/author/alek/" target="_blank"]Ale[/avatar]Bastó que se difundiera el fragmento de un supuesto chat privado que hacía referencia al interés por el sexo anal de un varón heterosexual o que viéramos hace pocos días a un conocido periodista político jugando y disfrutando su analizad con un dildo en un vídeo viral, para que las redes sociales se encendieran en una arcaica y violenta defensa de cierta visión de la sexualidad masculina.

Una defensa que, expresada a través de memes, burlas e insultos llanos y directos, condenaban la posibilidad de disfrutar de prácticas que se asumen excluidas de la esfera del macho.
Representaciones de lo varonil
Gran parte de lo que despierta el deseo tiene que ver con las imágenes y representaciones que circulan en los medios masivos de comunicación. En cuanto a los varones, el espectro va de "el metrosexual musculoso" al dadbod ("papá sexy con pancita"), o el nerd como Paul Rust (el protagonista de la serie Love). "Ser sexy es una construcción de la sociedad de consumo (...) Cine, revistas, TV y ahora Internet siguen interviniendo en la construcción de ese imaginario. Estamos presionados a parecernos a la explosión de imágenes"
La escena de histeria virtual protagonizada por un tuitero promedio ante la mera mención de un vibrador para uso masculino, lleva a preguntarse acerca de qué tan grande es la distancia que existe entre lo que los varones que se reconocen como heterosexuales dicen que hacen en la cama, y lo que realmente sucede en esas sábanas.
Generalmente, los hombres cuentan una cosa, pero luego en su vida íntima eso no siempre es así, algo dicho por esos mismos hombres cuando acuden a la intimidad de la consulta.
Muchos hombres descubren, generalmente a partir de mujeres o travestis, que cuando prueban la penetración o el juego anal les gusta. Lo hacen con un poco de inhibición aunque con mayor deseo. Pero este disfrute sexual por vías no tradicionales les genera temor", el peso cultural que tiene el temor de ser visto como un "trolo". Cuando quien está en la cama es una travesti, la relación se da de igual a igual, y ambos saben que la relación se termina ahí. Lo que se ve mucho en el consultorio es que las señoritas travestis, se transforman en “señoritas maestras” que le enseñan al “macho alfa” todo sobre estimulación de la próstata. Algo que tal vez no se permiten con la pareja o la propia esposa y madre de sus hijos. Cuando se les pregunta, reconocen el factor cultural y de miedo.

Si dicen que les gusta o que los seduce, puedan verse fuera de los conceptos aceptados por nuestra sociedad como permitidos, considerados no promiscuos, lo que puede llevarlos a sentirse avergonzados, ridiculizados, siendo tomados como homosexuales no declarados". De ahí a la exclusión puede haber un muy corto trecho.
Mitos de la sexualidad masculina
" Ser un buen amante no reside en la anatomía y sí en el aprendizaje, la sutileza, el buen gusto y el interés por el otro", afirma el sexólogo argentino Juan Carlos Kusnetzoff, en una nota publicada en Clarín, en donde demuele otros mitos, como el que dice que un hombre "de verdad" nunca falla a la hora de satisfacer a una mujer. O a un hombre, claro. "El hombre adulto normal suele tener una insuficiencia eréctil cada 5 o 6 intentos de coito. Quien dice que nunca ha fallado, miente". Otro mito: que la potencia sexual disminuye luego de los 40.
Es cierto que hay muchas cosas que no se cuentan por prejuicio. Vivimos en una sociedad muy machista y hay muchas cosas que no están bien vistas desde lo masculino. Los varones sienten la exigencia, el mandato, de dar una imagen de hombre, masculina, de macho, frente a sus amigos, y por sostener esa imagen no cuentan lo que realmente les gusta o desean. Hacerlo tal vez implique dar lugar a facetas más identificadas con lo afeminado que lo que permite el estereotipo machista. En consulta se ve que de 10 hombres 2 hablan de sexo real con sus amigos. Los demás presumen o no hablan.
En todo caso, basta recorrer cualquier sexshop porteño para dar con una amplia variedad de juguetes sexuales de uso tanto femenino como masculino. Pero es significativo que ese tipo de artefactos suelan estar escondidos, ocultos a la mirada pública. En parte, porque hacen a cuestiones de la intimidad. Pero también hay una parte que tiene que ver con que, de explicitarse, dejaría al descubierto ciertas prácticas que no se condicen con la imagen del varón que el machismo promueve. El conocida pagina de Nosotros y los baños, abundan los relatos de señores casados que tienen sexo en teteras, en Palermo con travestis o en saunas, donde no se sacan la alianza de bodas “porque garpa”.
Ningún varón va a hacer mención alguna en una consulta a que en una relación incluye el uso de juguetes sexuales, si tiene delante a alguien en quien no confía, una mujer u otro varón que no se reconozca abiertamente gay. En mi caso muchos dicen que con analistas anteriores no se atrevian a hablar pero el hecho de tener delante a alguien que no se esconde, lo anima a hablar.
Todavía da mucho pudor al varón heterosexual abrir esa posibilidad de poder jugar, de incluir dentro de la pareja juguetes. Y el resultado es que habitualmente el hombre no manifiesta ni desarrolla sus fantasías por miedos que no son reales.
Ese mismo temor a explorar la sexualidad en el "macho" es el que muchas veces levanta una pared ante las sensaciones que su propio cuerpo le devuelve.

Un paciente cuenta asombrado que se creía con inclinaciones gays porque repentinamente empezó a gozar con el roce de sus tetillas, pero como culturalmente para él esa zona era eminentemente femenina se las había vedado. Vedarse esas posibles fuentes de goce es ignorar —y por extensión, desperdiciar— las potencialidades erógenas que ofrece el cuerpo del varón. Entender que el hombre puede tener sensibilidad, y que puede ser en zonas eróticas semejantes a la mujer —como ser pezones y mamas— es aceptar que el cuerpo es maravilloso y rico en cuanto a posibilidades para el goce.
Pero el problema es que la falta de educación sexual hoy hace que vivir ciertas cosas que se salen de la norma, se exhiban como groseras, perversas, transgresivas o prohibidas. Y todo eso lleva a que los varones desconozcan su cuerpo. Por el contrario, aceptar que hay cosas que no encasillan ni etiquetan, y tomar una actitud desafiante hacia el descubrimiento, abre nuevos parámetros".
En el consultorio
El "deber ser" en lo que refiere a la vida sexual del varón llega en muchos casos a generar una distancia poco saludable —usando el término saludable en sentido estricto— que lo separa del médico al que acude por problemas como la disfunción eréctil.
Cuando del interrogatorio surgen dudas acerca del origen orgánico de alguna disfunción y llegan al terapeuta, muchos de estos pacientes manifiestan al sexólogo sus inclinaciones sexuales, las mismas que callaron antes porque les avergüenza contarlas frente al médico vestido de guardapolvo.
Por ejemplo, el fetichismo, pacientes que sólo pueden erectar o eyacular frente a objetos que les disparen una gran excitación, como zapatos femeninos de taco alto, vestirse con ropas femeninas, jugueteos perianales o anales que ellos no se animan a contar ni a pedir a sus parejas.
El hecho de ocultar y no compartir aquello que realmente lo estimula sexualmente, tiene como consecuencia a que el hombre muchas veces pierde interés en las relaciones sexuales. Incluso se puede llegar a la falta de excitación durante las mismas, lo que a menudo desemboca en problemas de disfunción eréctil, problemas que no tienen una raíz biológica. Más bien, esas disfunciones se originan en la ausencia de una estimulación real, obtenida durante el encuentro sexual, si pudiesen cumplir con sus fantasías sexuales libremente no estarían en un consultorio pensando que con la ayuda médica de fármacos van a poder lograr ese nivel de excitación a veces reprimido por su formación, educación y tabúes.