Mi tía Angélica es de esas mujeres que en los '70 no solo practicaba yoga, sino que vivía en Mendoza en una casa con desniveles y alfombras, y tomaba tés raros, en hebras. Se teñía el cabello de color champaña. Se podría decir moderna, progresista. En su haber de vida, contaba con un matrimonio que declinó, según se cuenta, por el alcoholismo del que era su marido, y luego sostuvo una convivencia con un técnico del aire acondicionado -¡si como lo leen!-, situación que con lo exuberante y llamativo de su cuerpo, hacía una mezcla letal para una familia tradicional del interior, como la mía. Mi madre decía que había nacido adelantada para su época.
De su boca solo salían cosas extravagantes -de mujer inconveniente-.
En el barrio donde vivía, también lo hacían una pareja de muchachos, que cada vez que ésta se los cruzaba, no dejaba de practicar su cinismo pueril preguntándoles: y ¿quién hace hoy de mujer?
Mucho más tardíamente, otra Angélica, vecina mía cuando vivía en el centro una de esas mujeres solteras de familia de abolengo desvencijado, amiga de artistas, con buenas alhajas pero ya poco dinero-, que conocía a todo el mundo, pero que el mundo desconocía, sostenía como un dogma que todo marica/manfloro, tiene un camisón guardado en el placard.
Estas mujeres “angeladas” no podían ver al mundo por fuera de lo heteronormado. No importa cuál sea el sexo de los parteners: en una pareja tiene que haber un lugar hombre y otro mujer. Como eran modernas, ya no hacía falta que esas posiciones se correspondiesen necesariamente al sexo que los habitara, pero sí tenían que existir esos dos lugares. Incluso ambas tenían muchos amigos gays, y tenían especial predilección por “las pasivas” de las parejas, para hablar, para levantar los platos, para pasarse recetas, o para hablar de la novela. Todo lo que hubieran hecho con la “mujer” de la pareja. En muchos casos escuchaba a ambas terminar conversaciones con el consejo de “dejar que el marido hiciese lo que quisiese, total los hombres solo quieren eso”.
El amor no puede ser entendido de otra manera. Como el lenguaje que regula al mundo en masculino o femenino.
Cuán difícil es pensar otras formas posibles de amor de aquellas en las cuales el amaneramiento femenino y/o masculino, hace más tranquilo la estandarización hetero inclusive de una pareja de ciudadanos de un mismo sexo biológico. En la estereotipia del marica o de la torta, se hace más distante la inquietud acerca de la propia posición en el amor, en lo erótico. Conserva el carácter hetero. Esto hace pensar que la atracción entre dos personas de sexos distintos, aparece garantido por la genética, la naturaleza o Dios pura apariencia, ya que se necesita de una legalidad que lo establezca, que no contradiga las leyes sociales; no cualquier hombre puede estar con cualquier mujer según, por ejemplo, la ley que establecen sus lazos sanguíneos- y por lo tanto, todo aquello que no cumpla con esa lógica, se supone ilegal. Como si no hiciese falta, también en ese caso, el atravesamiento de cierta construcción de la posición erótica como cualquier hijo de vecino. No se da per se. El infierno de la construcción de un cuerpo.
Con mi tía vi el otro día el VÍDEO que ilustra la nota, se quedo encantada con la canción y los dibujos. Le pareció muy lindo, pero en un momento noté algo de decepción, de incomprensión al terminar de verlo, y luego de unos minutos me preguntó: pero… ¿quien era la mujer?
Fue más fuerte.
2 comentarios:
ja. No entendio nada la tia. Muy buena percepción del tema, parece que todo debería ser encasillado en femenino o masculino.
o en pasivo y en activo ¿no?
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